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2010/01/06 Alcoholismo y crisis

No sé qué hacer con mi vida, tengo mala bebida, y cada vez que tomo no puedo controlarme, me enciendo cuando mi esposa me habla, vivo con el fantasma de la duda si ella me ha sido infiel. Llevo la frustración de no conocer a mi padre, soy agresivo, me dan miedo los riesgos a comprar un carro nuevo o a cambiar de vida. Creo que ya destruí a mi familia.

Gracias por la consulta porque nos permite responderle tanto a usted como a muchísima gente que está pasando por trances como el suyo, pero que no se animan a consultar y, menos aún, logran entender y encaminar su vida hacia la salud.

Es posible que lo que le está ocurriendo, como usted ya nos adelanta, tenga que ver con esa ausencia de padre en la infancia, que le ha dejado una suerte de huella traumática, marcada en el fuego de la incertidumbre, del dolor y de la rabia. Esto lo lleva a una dificultad para disfrutar, para ser feliz, mientras la herida no se cierre.

Cuando una cosa así ocurre, solemos, directa o indirectamente, causar dolor o sufrimiento a nuestros seres queridos. Tenga en cuenta que una de las mayores fuentes de dolor en la familia proviene de la sensación terrible de no poder ayudarlo a usted.

Es difícil lograrlo pero, en algún momento, todos podrán entender que nadie sino usted mismo es quien puede ayudarse a salir de la trampa en que se encuentra.

Una de las razones por las que surgen los celos es la inseguridad y el temor de que se nos vuelva a abandonar. Esto se puede convertir sintomáticamente en una obsesión incontrolable que, lamentablemente, incrementa la angustia, las necesidades de control y dominio (sometimiento) de nuestra pareja. Lo que en origen es afecto, búsqueda de ternura, de cariño, de atenciones, se convierte, así, en reclamos hostiles, censura implacable y en una escalada que consolida paulatinamente una modalidad de vínculo resentido.

Ha apelado usted al alcoholismo. Suele ser que uno busca con ello calmar los dolores del alma. Sin embargo, está hartamente constatado que el resultado es el mismo que echarle gasolina al fuego: los dolores se profundizan y las fuerzas más razonables y coherentes que pudieran orientarnos hacia una salida saludable se van perdiendo. Al final, uno queda atrapado por lo que buscó como un medio para el alivio.

Felizmente, no importa el grado hasta el que uno haya descendido en el hoyo de la conflictiva personal no resuelta. Hay un momento, que algunos llaman “tocar fondo”, en el que se logra reconocer con más convicción que se requiere de ayuda, que uno solo no puede. Es entonces cuando empieza el camino del retorno, de la reconstrucción personal y del reencuentro con la vida.

En ese sentido, ayuda mucho el trabajo de los grupos de Alcohólicos Anónimos, descartar con un psiquiatra el grado de perturbación proveniente de trastornos en el afecto, como depresión, angustia, bipolaridad, etc.

Y, por qué no, suele ser una gran ayuda empezar un proceso de psicoterapia personal que contribuya a rescatar ese lado suyo que busca afecto y relación comprensiva con su familia y con usted mismo.

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